martes, 30 de marzo de 2010

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M. repitió el ritual, tener que abrir esa puerta vieja, gastada que en cada vez mas daba dificultad para abrir, bajar por un pasillo angosto, poco iluminado hasta llegar la puerta, salir por Humberto Primo, caminar 150 metros, pasar Perú, Bolívar y llegar la Plaza Dorrego. Todo el trayecto con las manos en los bolsillos pero a pasos agigantados, desesperada por la ansiedad de prenderse un cigarrillo. En su bolsillo un pequeño mp3 que le habían regalado años atrás, con la misma música desde hacia meses y siempre atenta para volver a repetir ese tema que no podía parar de escuchar, esquivando baldosas rotas y las veredas minadas con desechos de animales, esperando a cruzar a los taxistas desesperados y a algunos oficinistas que llegan tarde al trabajo. Al llegar la rutina siempre era la misma, sentarse, esperar unos segundos para despejarse y prenderse un cigarrillo de cualquier sea la marca que logro comprar o que algún desconocido le regalo. Trataba siempre de distraer lo mayor posible a su cabeza que en momentos así empezaba a traerle pensamientos poco placenteros, las siluetas grises y gastadas de los edificios le parecían un espectáculo. Los ruidos guturales de algunos borrachos que pasaron la noche allí, el desorden causado por algunos cartoneros preparando sus carritos, los papelitos de propaganda, de carpeta, papeles no tan grande, restos de comida, resto de cosas que bailaban cuando se levantaba un poco el viento y que creaban todo un espectáculo de la decadencia de una ciudad que parecía haber quedado perdida en el tiempo.

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